La estabilidad social y la convivencia se basan ambas en la concordia.
Concordia entre diferentes formas de pensar, de sentir y de expresarse.
Para cada uno de nosotros, lo más querido es lo nuestro, pero nos enseñaron ya de pequeños a respetar al prójimo y a tener en consideración que tan válidas son sus opiniones y forma de pensar como la nuestra. En esto se basa la convivencia, en respetar el derecho del prójimo, que es tan legítimo como el propio. Mis derechos terminan donde empiezan los del otro.
Si admitimos estas premisas, hasta no hace mucho más que evidentes, admitiremos que no es forma de actuar cuando pretendemos hacer valer solamente lo nuestro. No es legítimo que alguien se crea con el derecho absoluto ignorando el de los demás.
En Cataluña, coexisten formas de pensar diferentes, culturas diferentes, orígenes diferentes, sentimientos diferentes y lenguas diferentes. Imponer unos sobre otros e ignorar otra realidad que no sea la propia es un nefasto error cuyos efectos negativos la historia ha demostrado.
No esperemos más que rechazo, a toda imposición. La democracia no nace de la imposición. La democracia se basa en el respeto y en el derecho. Derecho de todos y de cada individuo. Derechos colectivos y derechos individuales. La imposición y el no reconocimiento de los derechos del individuo son propios de los regímenes autoritarios y de las dictaduras.
Si no reconocemos otra realidad, otras formas de sentir y otras formas de hablar, encontraremos resistencia, rechazo y aversión y es un gran y grave error señalar como elemento discordante a quien reclama su derecho.
Desde estas líneas pedimos encarecidamente que seamos capaces de reconocer y respetar el derecho de los demás, aunque solo sea el 25 por ciento.